Eichmann preso (Fotografía Revista Life) |
El "arquitecto del Holocausto" fue atrapado en San Fernando. Clarín accedió a la causa judicial y a los cables diplomáticos que disparó su secuestro: burocracia, desconcierto y respuestas insólitas.
Inexorable, la arena del tiempo fue pintando aquella noticia refulgente con el pajizo color de los recuerdos: hace cincuenta años, el secuestro en Buenos Aires del ex jerarca nazi Adolf Eichmann conmovió al país y al mundo, pasmado por la reaparición del "arquitecto del Holocausto" y la precisión de sus captores para trasladarlo en secreto hasta Jerusalén. La sorpresa cedió paso al estupor, y Argentina reclamó a Israel ante las Naciones Unidas por la violación de su soberanía. Mientras, Eichmann se encaminaba hacia el histórico juicio que, en 1962, cerraría el caso y su vida con el sobrio trámite de un patíbulo.
Esa es la historia, esos los hechos.
Pero en los entresijos del expediente judicial iniciado por la esposa de Eichmann para denunciar su desaparición, en los nerviosos documentos diplomáticos que gestionaban la crisis internacional, afloran sustanciosos detalles y peripecias que hasta hoy permanecían engullidos por una primicia que ya no lo es: funcionarios inútiles, burócratas a prueba de balas, jueces burlados sin disimulo por policías, diplomáticos y hasta por oscuros oficinistas, brillantes estadistas entregados al barro de la chicana; ellos son los actores de una crónica escrita con el hilo invisible con el que siempre se cosen los pedazos de la Historia.
Su llegada a la Argentina
Adolf Eichmann había ingresado al país en 1950, gracias a una de las redes de salvoconducto tendidas por los nazis y sus protectores, con un pasaporte extendido por el Comité Internacional de la Cruz Roja a nombre de Ricardo Klement: un apelativo al que respondió hasta la noche del 11 de mayo de 1960, cuando un comando de espías israelíes lo emboscó a su regreso del trabajo que tenía como técnico en la fábrica de autos Mercedes Benz. La captura ocurrió a las 20:05 h, después de que Klement-Eichmann bajara como siempre del colectivo 203 en la parada de la ruta 202 que quedaba a cien metros de la tapera de la calle Garibaldi, en San Fernando, en la que vivía con su familia.
Entre cigarrillos y botellas de vino kosher lo convencieron de que escribiera y firmara una carta en la que asumía su identidad y aceptaba "voluntariamente" ser trasladado a Israel para someterse a la Justicia. Lo mantuvieron encadenado a una cama nueve días, hasta que la noche del 20 de mayo, drogado y disfrazado, lo llevaron al aeropuerto de Ezeiza. Entre empujones y chacotas, como a un mecánico borracho a quien deben sostener para que no se desplome, lo cargaron al avión de la línea israelí El-Al que Jerusalén había fletado a Buenos Aires dos días antes con la excusa de participar de los festejos del 150° aniversario de la Revolución de Mayo. Dos días después, el premier israelí Ben Gurion anunció al parlamento que el "arquitecto del Holocausto" había sido capturado por "un grupo de voluntarios judíos, algunos israelíes", y que iba a ser juzgado en Jerusalén.
La indiscreción de Nicolás Eichman
La prehistoria de aquella operación es pródiga en anécdotas y episodios cautivadores: el fortuito flechazo en Buenos Aires del primogénito del nazi con la hija de un sobreviviente de la Shoah ciego pero con buena memoria para los apellidos, las primeras tareas de inteligencia, desde 1957; la selección de los veinte agentes que participarían de la operación, la decisión oficial de aguantar el seguro chubasco diplomático ante semejante operación para evitar el baldón sufrido apenas un año antes, cuando el pedido de extradición de Josef Mengele por parte de Alemania Federal terminó en la basura porque Argentina respondió que las acusaciones contra el sádico médico experimentador de Auschwitz eran de naturaleza política y que ya habían prescripto.
Decenas de libros contaron y corrigieron todo eso una y otra vez. Pero bajo el aleteo de las polillas otra historia, más pequeña pero irremediablemente argentina, se escribía en los tribunales porteños. El expediente por el secuestro de Adolf Eichmann se inició el 12 de julio de 1960, cuando el desaparecido ya llevaba casi dos meses aparecido, ahora en una cárcel israelí. La esposa del nazi, Veronika "Vera" Catalina Liebl de Eichmann, protestaba por la captura de su marido, y subrayaba "el agravio inmerecido cometido contra la Soberanía Nacional". La causa se tramitó ante el juzgado penal federal 1, que entonces comandaba Leopoldo Insaurralde. Hoy lo hace María Servini de Cubría.
El 2 de agosto, el juez le pide al jefe de la Policía Federal que individualice al autor o autores del secuestro, y que una vez hecho esto "los ponga a disposición de este juzgado en calidad de incomunicados." No parecía fácil, cuando todo el planeta sabía dónde estaba Eichmann y en manos de quién. El 9 de septiembre, con picardía, la policía le contesta a Insaurralde que "se resolvió efectuar una revisión de los recortes periodísticos que tratan sobre el particular, a los efectos de una mayor ilustración". La respuesta a lo que el juez pedía estaba en los diarios.
Los equívocos recién comenzaban. El 29 de agosto, Vera Eichmann firmó una petición al juez: "ha llegado a mi conocimiento que don Otto Adolfo Eichmann será reintegrado a la embajada argentina en Tel Aviv de un momento a otro", especulaba. Tras unas pocas diligencias inútiles, el año se terminaba y el juez seguía perdido. El 16 de noviembre de 1961, el fiscal Francisco D'Albore se despierta: le reclama a Insaurralde que vía exhorto solicite la declaración del propio Eichmann y de cuatro israelíes que según las noticias parecían haber participado del secuestro. D'Albore también pide que la policía averigüe si en los registros oficiales figura la salida del país de Ricardo Klement, y exige que la Dirección de Aviación Civil informe sobre los vuelos de aviones israelíes en mayo, con el detalle de tripulantes y pasajeros.
El juez mueve su primer dedo el 18 de diciembre -tres días después de que Eichmann fuera condenado a muerte-, para pedirle al entonces canciller Miguel Angel Cárcano que tramite el exhorto ante las autoridades judiciales de Israel "con carácter de muy urgente". Cancillería contesta que el juzgado debe traducir el escrito "al idioma israelí", "diligencia que no puede cumplir este ministerio por carecer de traductor capacitado para ello". Más contratiempos risibles: el 18 de enero de 1962 llega una nota desde la embajada argentina en Israel, que avisa que una de las personas solicitadas, un tal "Eriedman", en realidad se llama "Friedman". Y pregunta qué hacer entonces. Pasan las semanas. El 14 de marzo, Insaurralde le pregunta a Cancillería qué pasó con el famoso exhorto librado en diciembre. Nada. Vuelve a escribir el 16 de abril, ya a otro canciller: Arturo Frondizi había sido derrocado el 29 de marzo por un golpe militar.
Aunque cueste creerlo, la policía contesta que no sabe si Ricardo Klement salió del país. El 3 de abril, la Dirección de Aviación Civil admite que no tiene más datos sobre el avión israelí. El 31 de mayo, Insaurralde escribe a Cancillería: "atento a las circunstancias que son de dominio público", solicita que "informe con la debida premura sobre el estado de tramitación del exhorto que se librara el 26 de diciembre pasado". Minutos después, Eichmann colgaba de una horca.
Pero ese detalle no era suficiente para detener el Macondo judicial argentino. El 19 de junio, Migraciones contesta que "no ha sido posible localizar la lista de pasajeros" del avión de El- Al. Habría que preguntarle a la Dirección de Circulación Aérea y Aeródromos, que el 4 de septiembre avisa que ahí no saben nada, pues sólo hacen el parte meterológico y aceptan el plan de vuelo. El jefe de Migraciones en Ezeiza dice que ellos no hacen control de salida. Y la Policía cuenta que averiguó en el archivo de Migraciones, y que allí las planillas y fichas de viaje se mantienen durante un año y luego se destruyen. Adiós, Eichmann.
Como un chiste tardío, el 29 de agosto Israel responde el famoso exhorto librado ocho meses antes. Luego de deshacerse en "los más atentos saludos", la cancillería "tiene el honor de comunicarle que las instituciones jurídicas competentes llegaron a la conclusión de que a su pesar no existe la posibilidad de acceder al exhorto". Enojado, el fiscal D'Albore escribe que en la respuesta israelí ni siquiera "se advierte el argumento legal que la cortesía y consideración internacional exigían". El 20 de diciembre, el doctor Insaurralde dicta sentencia: "se ha comprobado la conducción de Adolfo Eichmann fuera de los límites de Argentina", advierte con lucidez. Pero "han resultado estériles los esfuerzos del Tribunal tendientes a individualizar a quienes de una u otra manera tuvieron intervención en el episodio". ¿El resultado? "Sobreseer provisionalmente en el presente sumario".
Pero la inteligencia del pobre juez no había sido mejor tratada que la del Gobierno argentino, que recibió el "caso Eichman" como un cachetazo. Embretado por la noticia que ya daba la vuelta al mundo, el 3 de junio de 1960 el gobierno de Israel le escribe a la Cancillería local que "ignoraba el hecho de que Adolf Eichmann hubiera llegado desde la Argentina", y que sólo ante un telegrama del embajador israelí en Buenos Aires, Arie Levavi, había investigado los pormenores del caso. ¿Cuáles eran? Los de una creativa historia de ciencia ficción: "un grupo de voluntarios judíos (entre ellos algunos israelíes)" habían rastreado, capturado y llevado a Jerusalén al ex jerarca nazi, quien "manifestó su conformidad de ir a Israel espontáneamente para ser procesado". Ante lo evidente, se aclaraba que "en caso de que el grupo de voluntarios haya violado la ley argentina o haya interferido en los fueros de la soberanía argentina, el Gobierno de Israel desea manifestar su pesar al respecto".
El propio embajador Levavi, admitió tiempo después que la historia de los voluntarios sonaba como un "cuento de abuelas" intragable. El 7 de junio, Israel jugó a fondo, con una carta personal de Ben Gurion al presidente Arturo Frondizi. Después de recordarle que Eichmann fue "directamente responsable de las órdenes de Hitler para la 'solución final' del problema judío en Europa", y de admitir que "no desestima la seriedad de la violación formal de las leyes argentinas", el premier afirma que sin embargo "este evento no puede ser enjuiciado desde un ángulo puramente formal".
La respuesta de la cancillería fue durísima: el 8 de junio responsabilizó a Israel por las acciones de los supuestos "voluntarios", denunció la falta de un "ofrecimiento de reparaciones" junto con los lamentos por el secuestro, y reclamó tanto "la restitución de Eichmann en el término de esta misma semana" como "la punición de los individuos culpables de la violación del territorio nacional".
Pero todo siguió igual, y Argentina decidió llevar el caso ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Mientras las posiciones se espesaban cada vez más, y ante la impavidez israelí, las acusaciones argentinas pisaban el límite de lo diplomáticamente tolerable. El 22 de junio de 1960 la ONU condenó a Israel por haber violado la soberanía argentina. Frondizi podría mostrar algo en casa, aunque Eichmann siguiera donde estaba y ningún secuestrador rindiera cuentas ante nadie. Tras algunas negociaciones informales cuyo registro no se conoce, el 3 de agosto ambas cancillerías acordaron que Israel pidiera disculpas por el secuestro y Argentina echara del país al embajador Levavi tras declararlo persona no grata (ver facsímil en esta página). El incómodo entuerto quedaba saldado, aunque el juez Insaurralde siguiera empapelando los despachos con exhortos y reclamos durante un año y medio más.
El tiempo pasó, y el Mossad sólo reconoció que sus agentes fueron los verdaderos autores del secuestro de Eichmann en febrero de 2005. Hace cuatro años se supo que la CIA también sabía que Adolf Eichmann estaba en Buenos Aires, y conocía tanto su nombre falso como su dirección. En una de las habituales piruetas de espionaje de aquellos años, jamás reveló esos datos para no poner en peligro la labor de otro ex dirigente nazi que entonces trabajaba para Washington en Alemania Oriental. Varias décadas después de la noticia del secuestro del temido oficial nazi, y ante la mirada miope de la Historia, justicia, política y conveniencia volvían a mezclarse, cosidas por un hilo invisible.
De jerarca de las SS a simple operario de Mercedes Benz
Adolf Eichmann nació en 1906 y se afilió al partido nazi en 1932. En 1935 se casó con Vera Liebl, y durante tres años se consagró al profundo estudio del judaísmo. En 1938 organizó la deportación de judíos desde Viena, y un año después lo hizo desde Praga. El 20 de enero de 1942 organizó la conferencia de Wannsse, en Berlín, en la que se decidió la "solución final" para los judíos. Entre sus órdenes habituales, el 24 de enero de 1944 firmó en Praga la de arrestar a "todos los judíos argentinos" que vivieran en los territorios ocupados por los nazis.
Cuando terminó la guerra cayó prisionero, huyó a los bosques alemanes y, bajo el nombre de Ricardo Klement, en 1950 viajó desde Génova a Buenos Aires, donde fue recibido por grupos filonazis con buena llegada al gobierno de Perón. Vivió en Barracas, puso un taller mecánico en Palermo, se mudó a Tigre y luego se afincó en Tucumán, donde trabajó como hidrógrafo para la firma CAPRI. En 1952 se reencontró con su familia, y un año después se mudó a Buenos Aires. Vivió en La Lucila y en San Fernando, trabajó como mecánico en la fábrica de calefones Orbis y en la planta de camiones de Mercedes Benz. El 11 de mayo de 1960 fue secuestrado por un comando israelí. Lo ejecutaron en Jerusalén, el 31 de mayo de 1962.
El punto final a la controversia por el secuestro. La crisis con Israel recién quedó sepultada en 1967
Aunque los gobiernos de Argentina e Israel habían coagulado la polémica desatada por el secuestro de Eichmann en agosto de 1960, la cuestión seguía abierta ante las Naciones Unidas, cuyo Consejo de Seguridad mantenía en su temario el reclamo argentino. Para desactivarlo sin hacer mucho ruido, desde 1963 se hicieron consultas y gestiones entre embajadores y funcionarios, aunque sólo en 1965 la Cancillería ordenó al representante ante la ONU que retirase la "cuestión Eichmann" del temario.
Pero la última foja de aquel expediente recién se firmó en septiembre de 1967, cuando a través de un telegrama secreto y cifrado (ver facsímil) la Cancillería autorizó al consejero de la embajada en Tel Aviv a ir a un banquete celebrado para homenajear al ex embajador israelí en Buenos Aires Ari Levavi. Era el mismo diplomático a quien en 1960 el gobierno de Arturo Frondizi había expulsado del país como protesta por la violación de la soberanía argentina con el secuestro de Adolf Eichmann.
Antes de ser ejecutado, gritó "¡Viva Argentina!"
El 1 de febrero de 1961 fueron formulados los 15 cargos por los que Adolf Eichmann fue juzgado en Jerusalén. El primero de ellos ya era suficiente para justificar la pena de muerte: lo hacía responsable, en asociación con otras personas, de la muerte de millones de judíos y de la ejecución del plan nazi para el exterminio de los judíos.
El juicio comenzó el 11 de abril de 1961, y durante los ocho meses que duró declararon como testigos una centena de ex prisioneros de los campos de exterminio nazis. Bajo la mirada mundial, el proceso cumplía con el objetivo trazado por su inspirador, el premier David Ben Gurion: ofrecer el testimonio definitivo sobre los horrores del Holocausto.
Intelectuales como Bertrand Russell, Elie Wiessel -sobreviviente de la Shoah que años después obtendría el premio Nobel de la Paz- y Hannah Arendt, autora del más agudo testimonio de aquel proceso, presenciaron las audiencias. Escuchando los argumentos del acusado para justificar su rol en la maquinaria nazi, Arendt concibió su popular definición sobre la "banalidad del mal": como lo había demostrado Eichmann, los más crueles asesinos no eran seres especialmente perversos, sino más bien grises burócratas ansiosos por ascender en sus empleos.
Entre el 11 y el 15 de diciembre de 1961, se leyó la sentencia: Eichmann era condenado a muerte
La noche del 31 de mayo de 1962, el reo fue conducido a la horca. Arye Wallenstein, uno de los dos corresponsales extranjeros a quienes se les permitió asistir a la ejecución, contó que el jerarca nazi caminó erguido hacia el patíbulo, y que mientras el reverendo canadiense William Hull rezaba por él, pronunció sus últimas palabras: "Señores, pronto volveremos a reunirnos. Ese es el destino de todos los hombres. He vivido creyendo en Dios y muero creyendo en Dios. ¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! Esos son los países con los que tuve una relación más estrecha, y nunca los he olvidado. Tuve que obedecer la ley de la guerra y a mi bandera. Estoy preparado".
La trampa se abrió bajo sus pies dos minutos después de la medianoche. Israel cremó su cuerpo de inmediato, y tiró sus cenizas en aguas internacionales del mar Mediterráneo.
Artículo completo en: Días de Historia
Su autor: Claudio Savoia csavoia@clarin.com
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