Tres mercaderes judíos estaban en su viaje juntos cuando Shabat llegó. Ellos decidieron enterrar su dinero en un cierto lugar, descansar hasta después de Shabat, desenterrarlo, y continuar su camino.
En la oscuridad de la noche, mientras sus compañeros dormían, uno de ellos se aproximó al lugar del escondite sigilosamente, desenterró el dinero, y lo ocultó en otra parte.
Buscando su dinero después de Shabat, los mercaderes se dieron cuenta de que él había desaparecido. Dado que nadie más sabía del lugar secreto de escondite, uno de ellos debía haber robado el tesoro. ¿Pero cuál? Cada uno acusó al vecino, diciendo, "¡Sois el ladrón!"
Incapaces para determinar cuál de ellos era culpable, decidieron viajar a Ierushalaim para someter el caso a Shlomó.
Shlomó escuchó cuidadosamente su narración y les ordenó retornar al día siguiente. Cuando ellos retornaron a la corte, el rey declaró, "Yo sé que vosotros sois astutos mercaderes. Antes de juzgar vuestro caso, deseo oír vuestra opinión sobre un problema diferente que me fue presentado."
Los tres escucharon atentamente mientras Shlomó relataba el siguiente incidente: "Un muchacho y una muchacha crecieron en la misma vecindad y se prometieron mutuamente no desposar a nadie sin el consentimiento del otro. Más tarde, ellos se mudaron y se perdieron de vista uno al otro. Cuando la muchacha llego a una edad casadera, se comprometió con un hombre joven en su nueva ciudad. No obstante, ella no se había olvidado de su promesa de la infancia. Cuando el tiempo de la boda se acercó, vendió sus pertenencias personales a fin de recaudar efectivo y salió en un largo viaje a su ciudad natal para buscar a su anterior vecino. Ella viajó a su ciudad, lo encontró, y explicó que era la novia de algún otro. Solicitó que él la liberara y en cambio aceptara el dinero que ella había recaudado.
"El hombre joven apreció las penas que ella había sobrellevado para ser leal a su promesa. A pesar de que lo encontró difícil, le dijo que estaba libre para casarse con su novio. El declinó el dinero que ella le ofreció, y ella partió en paz.
"El solitario viaje de retorno fue tan peligroso para la joven muchacha lo mismo que había sido su viaje fuera del hogar. Al viajar por una vecindad desierta, un anciano se arrojó sobre ella desde detrás de un arbusto, le robó su dinero, y amenazó que la maltrataría para su propio placer.
Por favor escuchadme,' le suplicó la muchacha, 'vos sois un anciano; ¿por qué os acarrearíais esta pavorosa culpa poco antes de ser convocado ante el Juez Eterno? Tomad mi dinero, pero permitidme retornar a mi novio sin sufrir abuso.' Ella le relató su historia, y concluyó, "Mi amigo de la infancia ciertamente tuvo más dificultad en liberarme que la que vos tenéis; él es joven, y alegaba un derecho hacia mí. Vos, un anciano, deberíais aprender de él a controlaros vos mismo.'
"El ladrón fue conmovido por su narración. No le hizo daño y restituyó su dinero".
"Ahora," concluyó Shlomó, "un poderoso rey me ha planteado la siguiente pregunta: ¿Quién es el verdadero héroe de la historia - la muchacha, el hombre joven, o el ladrón? Deseo oír vuestro parecer sobre la materia."
"La muchacha es extraordinaria," replicó el primer mercader.
"¡Imaginaos, emprender un largo y peligroso viaje sólo para cumplir su promesa!"
"Yo admiro al hombre joven," observó el segundo. "El actuó noble y desinteresadamente."
"La acción del ladrón es de lo más sorprendente," comentó el tercer mercader. "Después de tener en su posesión a ambos la muchacha y el dinero, ¡él no sólo liberó a la muchacha sino incluso retornó el dinero!"
"¡Aprendedlo!" gritó Shlomó. "Todo lo que él piensa es dinero. Aún escuchando este relato, en su corazón él deseó el dinero de la muchacha. Cuando tuvo una oportunidad de tomar dinero para sí, ¡él ciertamente lo hizo! ¡Arrestadlo y azotadlo!"
El mercader fue apresado, e inmediatamente confesó su culpa.
Shlomó fue competente en todas las ciencias, sobrepasando a sus antepasados.
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