Alejandro Magno entró en Jerusalén en el año 333 a.E.C. inaugurando así una nueva etapa en la historia del pueblo judío. Alejandro, trató de realizar una síntesis entre el mundo oriental y el occidental.
Organizó una gran boda en Susa, en la que él, sus generales y otros diez mil macedonios se casaron con mujeres de la nobleza persa. Pero a pesar de sus esfuerzos no consiguió que Persas y Macedonios fueran un solo pueblo. Como los reyes persas, Alejandro siguió también una política de gran tolerancia religiosa. Apenas hay alusiones en la Biblia a Alejandro. Sólo en Dn 8,5, un macho cabrío de occidente, quizás Za 9,1-8 y 1 Mc 1,1-7.
En realidad las guerras de Alejandro no afectaron a Judea, y la tolerancia de Alejandro no supuso ningún cambio sustancial para aquella pequeña provincia que cambiaba de
dueño. En el año 200 a.E.C. Antíoco III, en el curso de la quinta guerra siria conquista Judá, incorporándola al reino seléucida. La batalla decisiva se libró en Panium (Banias), cerca del templo del dios Pan. El general egipcio Escopas, fue totalmente derrotado a manos del ejército de Antíoco III el Grande. Los lágidas, como hemos dicho se habían mostrado muy tolerantes para con la cultura y la religión judía. Sin embargo los seléucidas intentaron apretar el pedal de la helenización. A partir de este momento se acentuó la tensión entre los judíos helenizantes (admiradores de la cultura griega y partidarios de cambiar la tradición hierocrática judía por un sistema democrático) y los tradicionalistas (los puros o hasidim). La situación se fue enrareciendo cuando Jasón primero, y Menelao después, representantes de un judaísmo helenizante y sin escrúpulos. acceden ilegítimamente al sumo sacerdocio, gracias al apoyo que el rey de Antioquía les presta a cambio de importantes sumas de dinero. El conflicto de fondo es más un conflicto civil entre judíos que una guerra
entre los judíos y los sirios. Es el partido judío helenizante el que acudió a Antíoco pidiéndole su protección, y exigiendo que acelerase el proceso helenizador de las instituciones. Antíoco III el vencedor de Panium, fue poco después aplastado por los romanos en la batalla de Magnesia, (189 a.E.C.) y en la humillante paz de Apamea se vio obligado a pagar unas cuantiosísimas indemnizaciones de guerra a los romanos. Esto acentuó mucho en adelante la necesidad de
fondos de los seléucidas, y su afición a confiscar los bienes de las provincias, especialmente los templos de los dioses que cumplían entonces la función de los bancos.Su sucesor Antíoco IV, con la complicidad del sumo sacerdote Menelao, saqueó el templo de Jerusalén e impuso allí el culto de Zeus, lo cual constituyó el último determinante de la revuelta nacionalista de los Macabeos.
Este culto de Zeus en el interior del templo de Jerusalén es lo que el libro de Daniel designa como abominación de la desolación (Dn 11,31; 12,11). Para controlar mejor la ciudad los sirios construyeron cerca del templo una gran fortaleza conocida con el nombre de Acra, desde donde
ejercían su supremacía militar sobre toda la ciudad. Matatías ben Hasmón y sus hijos fueron los dirigentes de la revuelta. En un principio el objetivo era mantener la pureza de la religión frente a las contaminaciones idolátricas de los griegos. A este efecto los macabeos en los comienzos de su revuelta se vieron apoyados por el partido de los hasidim, los judíos celosos de la Ley. Pero como veremos los hasidim acabarán enfrentándose a la dinastía nacida de los macabeos, una vez que el éxito militar de la revuelta llevó a la dinastía asmonea a ambicionar la independencia política desconocida por los judíos desde el final de la monarquía
davídica. Matatías murió poco después de la sublevación (167 a.E.C.). Su sucesor al frente de la sublevación fue su hijo Judas Macabeo, que tras los triunfos espectaculares en las batallas de Bet Horon, Emaús y Bet Zur logró entrar triunfalmente en Jerusalén y purificar el templo (164 a.E.C.), pero no consiguió tomar el Akra, la fortaleza de los seléucidas junto al templo. El aniversario de esta rededicación del Templo el día 25 de Kislev (Diciembre)
pasó a convertirse en la popular fiesta judía de Hanukkah, en la que se encienden las luminarias, el candelabro de los ocho brazos, y se recuerda el prodigio de que el fuego que ardía permanentemente delante del santuario fuera hallado ardiendo todavía milagrosamente.Estas guerras se nos cuentan en los libros primero y segundo de los Macabeos, que se consideran libros deuterocanónicos por no estar incluidos en la Biblia judía ni tampoco en la de las Iglesias protestantes que siguen el canon judío.
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