El judaísmo tal como hoy lo conocemos comenzó su consolidación durante el primer siglo después del nacimiento de Jesucristo.[1]
Un anciano que viviese en el año 110 d. EC no podría sino maravillarse de los cambios que habían ocurrido en la herencia de sus padres durante el lapso de su propia vida. Cuando él nació, el judaísmo era primordialmente un culto de sacrificio; ahora, era una religión de oración. Antes, el majestuoso Templo de Jerusalén, construido por Herodes, era el centro de la vida judía; ahora, cada una de las sinagogas en todo el mundo eran centros autónomos unidos por una tradición común y una disposición a escuchar a los maestros de Eretz Israel. Antes, los líderes oficiales del judaísmo eran sacerdotes nacidos en el seno de la nobleza y entrenados en el ritual bíblico; ahora, eran rabinos, a menudo de origen humilde, educados en la ley halájica (la halajá), el saber y el conocimiento de la vida. Antes, el judaísmo constituía una tradición de movimientos conflictivos; ahora, asomaba la uniformidad donde había prevalecido la diversidad. Antes, todavía era común en el judaísmo la pugna por el control entre los universalistas y los nacionalistas; ahora, la pugna había cesado, pero su resultado era claro: el judaísmo sería una religión universal, cuyas nuevas actitudes, nuevas formas y nueva filosofía, que apenas se bosquejaban a principios del primer siglo, se habían desarrollado hasta tal punto que se fijarían y quedarían registradas para la posteridad.[2]
La situación y la metodología
Nuestro conocimiento de la historia judía del primer siglo crece constantemente como resultado tanto del descubrimiento de nuevas evidencias como por el desarrollo de mejores métodos para avalar lo viejo. Los documentos son ricos y variados. Varían desde las obras filosóficas de Filón hasta las obras históricas de Flavio Josefo; desde los apocalipsis de la llamada literatura pseudoepigráfica a los manuales y comentarios de los rollos del Mar Muerto; de los libros de los Hechos y los primeros escritos de los Evangelios a las primeras creaciones de los Padres de la Iglesia. Incluyen sobre todo los tesoros de la literatura rabínica temprana recopilados en trabajos como la Misná, la Tosefta, los comentarios bíblicos, unas veces de tipo legal (halájicos) y otras sobre oratoria sagrada conocidos como el Midrás, y los primeros estratos del Talmud. A pesar de que estos trabajos se redactaron mucho después del primer siglo, esclarecen enormemente las bases del judaísmo, como también las del cristianismo.[3]
Aun así, a pesar de esta cantidad de fuentes –tal vez debido a ello- el primer siglo se ha prestado a una amplia variedad de interpretaciones, a menudo conflictivas. Esto se debe principalmente a dos factores: el sorprendente silencio o laconismo de las fuentes en muchas áreas críticas, y el hecho de prevalecer muchas veces el prejuicio teológico sobre un análisis desapasionado en gran parte de la historiografía judía y cristiana de la época. Afortunadamente, desde hace años, un creciente número de estudiosos consideran que esta época resulta vital y, suspendiendo sus predilecciones teológicas, reconocen que los elementos actuales, quizás importantes en sus respectivas tradiciones, a menudo no existían, estaban latentes o emergiendo durante el primer siglo, y deben, por lo tanto, ser estudiados en contextos radicalmente diferentes a los propios. Más aún, reconocen que el análisis histórico elude la conjunción arbitraria de datos, y busca la reconstrucción de eventos a través de la aplicación de refinadas técnicas de las disciplinas históricas y sociológicas actuales. Consideran, sobre todo, los documentos del primer siglo al mismo tiempo que consideran otros elementos del pasado «sub specie humanitatis», como el producto de seres humanos, luchando por problemas humanos básicos, trabajando a través de instituciones hechas por el hombre, y expresándose por medio de un lenguaje y de ideas socialmente desarrolladas y en gran parte socialmente determinadas.[4] Por eso, la historia judía, durante este primer siglo, implica considerar la relación entre la circunstancia espiritual y el logro social.
Para entender esto, es fundamental darse cuenta de que el contexto de vida de nuestro hipotético anciano no es idéntico al nuestro. Por más que sus problemas y emociones hayan sido similares a los nuestros, las instituciones y las doctrinas por medio de las cuales buscaba la satisfacción de éstas eran fundamentalmente diferentes. Nosotros dividimos el pensamiento y las acciones humanas en categorías tales como lo social, lo político y lo religioso. Estas divisiones eran extrañas para él. Para él, toda la vida estaba dominada por la ideología que llamamos religión. Para él, toda la vida estaba dominada por el Pentateuco. La Torá proporcionó la base ideológica para todo el judaísmo durante el primer siglo, pero lo que la Torá significaba en el año 100 d. EC era algo muy diferente de lo que significaba un siglo antes.
Para nuestro hipotético anciano, el evento elemental del primer siglo ocurrió cuatro décadas después del ministerio de Jesús de Nazaret. En el año 70 d. EC, el Templo de Jerusalén fue destruido, y terminó el culto del sacrificio y la supremacía del sacerdocio. Roma fue el catalizador de estos eventos, la destrucción del Templo marcó el fin de una era en el judaísmo y el comienzo de otra, y su actividad ayudó a dar forma a ambos.
[1] Estas notas tienen la intención de servir como una guía para el estudiante de historia judía del primer siglo. La naturaleza amplia de este trabajo excluye notas exhaustivas o consideraciones detalladas de los numerosos problemas implicados en la investigación sobre este período. Sin embargo, los trabajos secundarios seleccionados y mencionados aquí delinearán estos problemas y guiarán al lector a una bibliografía adicional. Es importante reconocer la variedad de ‘aprioris’ que contienen estos trabajos y el hecho de que una investigación completa y cuidadosa del mayor número posible de problemas conduce a una mayor probabilidad de certeza.
[2] El gran trabajo comprensivo que trata completa y exclusivamente este tema sobre la base de un análisis cabal del material de primera fuente es The Rise and Fall of the Jewish State de Salomón Zeitlin (Philadelphia). Otros trabajos como Essai sur l´histoire et la géographie de la Palestine (Paris, 1867) de J. Derenbourg y The Jews among the Greeks and Romans (Philadelphia, 1915) de Max Radin continúan teniendo valor pero han sido superados. Muchos datos valiosos sobre este período se pueden encontrar en el clásico de Heinrich Graetz Geschichte der Juden (1853-1870) y en General History of the Jewish People, de Simon Dubnow, que es superior metodológicamente, publicado originalmente en ruso (1901), traducido al hebreo por Barukh Karu como Divre Yeme Am Olam (vols. 2 y 3). Hay traducción castellana. Es indispensable para un estudio sobre este período A Social and Religious History of the Jews (vol. II, 2ª parte, New York, 1952) de Salo A. Baron, el cual tiene una estupenda bibliografía. De esta obra de Baron existe también una versión abreviada en castellano: Historia Social y Religiosa del Pueblo Judío, 8 vols. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1968. Ver también Ayaso J. R.,Judaea Capta. La Palestina Judía entre las dos guerras judías (70-132 d.C.). Valencia 1990.
[3] Algunos estudios judíos desacreditan la autenticidad de textos de la literatura de los primeros rabinos considerados del siglo I (tendencias análogas existen en el cristianismo para desacreditar material temprano de los evangelios). Estos estudios se basaban en un principio que era muy corriente en la historiografía de este período a finales del siglo XIX y principios del XX, por ejemplo, en las obras de Wellhausen, según el cual los eventos registrados en documentos de composición posterior son sospechosos o carecen de valor. Por otra parte, versiones judías tradicionales de los hechos de los principales maestros de la época tienden a aceptar sin ninguna crítica casi todo lo que la tradición dice acerca de ellos.
[4] Aunque, como muchos han señalado, la aplicación de principios básicos por parte de maestros sin entrenamiento en historia, sociología o disciplinas análogas puede llevar a visiones distorsionadas de la época considerada, la importancia de estas disciplinas aplicadas correctamente no se debe subestimar.
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