lunes, 5 de julio de 2010

LA REPUBLICA ROMANA



La República romana fue un periodo de la historia de Roma caracterizado por el régimen republicano como forma de gobierno, que se extiende desde el 509 a. C., cuando se puso fin a la monarquía con la expulsión del último rey, Lucio Tarquino el Soberbio, hasta el 27 a. C., fecha en que tuvo su inicio el Imperio. La República Romana consolidó su poder en el centro de Italia durante el siglo V a. C. y en los siglos IV y III a. C. se impuso como potencia dominante de la península Itálica sometiendo a los demás pueblos de la región y enfrentándose a las polis griegas del sur. En la segunda mitad del siglo III a. C. proyectó su poder fuera de Italia, lo que la llevó a una serie de enfrentamientos con las otras grandes potencias del Mediterráneo, en los que derrotó a Cartago y Macedonia, anexionándose sus territorios.
En los años siguientes, siendo ya la mayor potencia del Mediterráneo, expandió su poder sobre las polis griegas; el reino de Pérgamo fue incorporado a la República y en el siglo I a. C. conquistó las costas de Oriente Próximo, entonces en poder del Imperio seléucida y piratas. Durante el periodo que abarca el final del siglo II a. C. y el siglo I a. C., Roma experimentó grandes cambios políticos, provocados por una crisis consecuencia de un sistema acostumbrado a dirigir sólo a los romanos y no adecuado para controlar un gran imperio. En este tiempo se intensificó la competencia por las magistraturas entre la aristocracia romana, creando irreconciliables fracturas políticas que sacudirían a la República con tres grandes guerras civiles; estas guerras terminarían destruyendo la República, y desembocando en una nueva etapa de la historia de Roma: el Imperio romano.
Antes de la llegada de la República, Roma era una monarquía de carácter electivo. El séptimo y último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, utilizó la violencia, el asesinato y el terror para mantener el control sobre Roma como ningún rey anterior los había utilizado, derogando incluso muchas reformas constitucionales que habían establecido sus predecesores.
Tarquinio abolió y destruyó todos los santuarios y altares sabinos de la Roca Tarpeya, enfureciendo de esta forma al pueblo romano. El punto crucial de su tiránico reinado sucedió cuando permitió que su hijo, Sexto, violara a Lucrecia, una patricia romana. Un pariente de Lucrecia, Lucio Junio Bruto, convocó al Senado, que decidió la expulsión de Tarquinio en el año 510 a. C.
Inmediatamente después de la expulsión del monarca se creó un Senado permanente que decidió abolir la monarquía convirtiendo a Roma en una república en el año 509 a. C. Roma se dotó con un nuevo sistema de gobierno designando para sustituir el liderazgo de los reyes. se creó el nuevo cargo de Cónsul, asignado expresamente a dos senadores. Inicialmente, los cónsules poseían todos los poderes que antaño tenía el rey, pero compartidos con otro colega consular. Sus mandatos eran anuales, y cada cónsul podía vetar las actuaciones o decisiones de su colega.
En el Mediterráneo oriental, Roma se enfrentó sucesivamente a los monarcas de los estados helenos surgidos del imperio de Alejandro Magno: a los reyes macedonios Filipo V en el año 197 a. C. y Perseo en el 168 a. C. en las Guerras Macedónicas, y a Antíoco III de Siria en el año 189 a. C. en la Guerra Romano-Siria. Macedonia, Acaya y Epiro se convirtieron en provincias romanas en el año 146 a. C. Átalo III de Pérgamo legó su reino a Roma en el año 133 a. C., una parte del cual se convirtió en la provincia romana de Asia.
Roma consolidó su dominio de la cuenca occidental del Mediterráneo con el establecimiento de numerosas colonias en la Galia Cisalpina, la definitiva conquista de Hispania (toma de Numancia, 133 a. C.) y la ocupación de la Galia del sur, que, convertida en la provincia Narbonense, permitió la unión terrestre de Hispania con Roma por la vía Domitia.
Estas conquistas comportaron una verdadera revolución económica. El botín, las indemnizaciones de guerra y los tributos pagados por las provincias, enriquecieron al estado y a los particulares. Los miembros de la clase senatorial acapararon las tierras que el estado se había reservado en las conquistas, el ager publicus, y los caballeros administraron la explotación de los bienes públicos -por eso su nombre de publicanos- en la que se entregaron a la especulación.
Pero las conquistas trastocaron también el frágil equilibrio social de la República: los esclavos, cada vez más numerosos, se rebelaron encabezados por Espartaco (73-74 a. C.), muchos pequeños campesinos italianos, arruinados, aumentaron la plebe urbana de Roma, cada vez más susceptible de manipulación demagógica, los habitantes de los territorios ocupados estaban descontentos por la explotación a la que estaban sometidos por sus gobernantes y los italianos deseaban la igualdad con los romanos.
Las instituciones creadas para administrar una ciudad no servían para el nuevo gran imperio. Al mismo tiempo, el gusto por el lujo se introdujo en las costumbres a pesar de las leyes suntuarias y el arte y la literatura se transformaron influenciados por el arte oriental, sobre todo por el arte helenístico.
La inestabilidad social debida a los cambios en la estructura social de la República se tradujo en una época de guerras civiles que desembocaron en el fin del propio sistema político y en el Principado. Tanto Tiberio como Cayo Sempronio Graco intentaron reconstruir en vano una clase media de campesinos. La plebe de Roma apoyó a varios personajes que obtuvieron una posición privilegiada por la fuerza; como Mario, que reformó el ejército, o Sila que, tras la guerra contra los aliados italianos que se habían rebelado, otorgó a todos los italianos la ciudadanía romana y restauró durante un tiempo la autoridad del Senado.
Tras la rebelión de Sertorio en Hispania y los intentos de conjura de Catilina, lo que supuso el principio del fin de la República fue sin embargo el Primer Triunvirato, formado en el año 60 a. C. y renovado en el 55 a. C. por Julio César, Pompeyo y Craso. En cuanto a la historia militar y las conquistas, durante el siglo I a. C., Roma realizó nuevas conquistas, emprendidas por una serie de generales ambiciosos: Mario venció en la Guerra de Yugurta (105 a. C.) y rechazó a los teutones cerca de Aix-en-Provence y a los cimbrios en Vercelli (101 a. C.); Sila venció a Mitrídates, rey del Ponto, y reconquistó Grecia y Asia (88-85 a. C.); Pompeyo conquistó Siria (64 a. C.) y Judea (63 a. C.), y César conquistó la Galia (58-51 a. C.). Tras la victoria de Octaviano sobre Marco Antonio y el reino helenístico de Egipto, la República se anexionó de facto las ricas tierras de Egipto. Sin embargo, la nueva posesión no fue incluida dentro del sistema regular de gobierno de las provincias, ya que fue convertida en una propiedad personal del emperador, y como tal, legable a sus sucesores.
En el año 27 a. C. se estableció una ficción de normalidad política en Roma y el Senado le otrogó a Octaviano el título de Imperator Caesar Augustus. Octaviano aseguró su poder manteniendo un frágil equilibrio entre la apariencia republicana y la realidad de una monarquía dinástica con aspecto constitucional -lo que es conocido como el Principado- en cuanto que compartía sus funciones con el Senado, pero de hecho el poder del princeps era completo. Formalmente nunca aceptó el poder absoluto aunque de hecho lo ejerció, asegurando su poder con varios puestos importantes de la República y manteniendo el mando sobre varias legiones.

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