sábado, 30 de abril de 2011

Las raíces judías de Europa

Por Mario Javier Saban (*)
Cuando alguien entra en una iglesia y reza ante la imagen de Jesús, le está rezando a un judío. Cuando le reza a la Virgen María, le reza a una mujer judía... Y de este modo podemos seguir en una lista interminable de santos judíos fundadores del cristianismo: el judío Saul de Tarso o San Pablo, el judío Simón Bar Yona o San Pedro, el judío Jacobo Ben Zebedeo o Santiago el Mayor.
Los primeros cristianos fueron judíos. Cuando leemos los salmos estamos leyendo una obra judía, cuando leemos el libro de los proverbios estamos leyendo otra obra de la Biblia hebrea

¿Quiénes fueron los primeros en introducir en cristianismo en Europa? Dos judíos: Priscila y Aquila. Fue gracias a esta pareja de judíos romanos que se introdujo el cristianismo en Europa. No hay dudas de que las raíces de Europa son cristianas, pero debemos pensar en cuáles son las raíces a su vez del cristianismo, porque esas raíces son esencialmente judías.

Si no podemos comprender la construcción de Europa sin el cristianismo, menos aún podemos comprender el cristianismo sin el sustrato hebreo. Aún después de la aparición de su religión-hija, el judaísmo encontró elementos de supervivencia interna que le permitieron continuar su camino histórico.


Durante siglos los rabinos se encerraron a discutir todos los pasajes de la Biblia Hebrea construyendo con su esfuerzo y dedicación uno de los edificios más importantes de la historia humana: el Talmud, cuya fecha de cierre en el caso de Babilonia fue en el año 499. A su vez esta obra enciclopédica fue posteriormente estudiada por miles de sabios en el transcurso de los siglos. El judaísmo no basaba su estructura en un dogma sino en la apertura a la libre crítica de los textos. Se creó una mentalidad intelectual de especulación teológica y de crítica constante al texto de la Torá. Durante los siglos siguientes, los judíos formaron generaciones y generaciones de estudiosos. En el siglo X, Saadia Gaon en Babilonia había alcanzado el racionalismo filosófico, siete siglos antes de la Ilustración en Europa. Las obras de Gaon se difundieron por todo el continente. Rabi Moisés Ben Maimon (Maimónides) culminó el proceso de coordinación entre la fe hebrea y la razón e influyó directamente sobre Santo Tomás de Aquino.


Miles de alumnos comenzaron a llenar las escuelas de las juderías, en Girona, en Barcelona, en Zaragoza, en Toledo, en Tudela, en Tarragona, en Roma, en Livorno... toda Europa asistió a la construcción de centros de estudios judíos.


Pero fueron los últimos siglos los que vieron la explosión intelectual de los judíos europeos. El primer modelo de judío librepensador es, sin lugar a dudas, Spinoza (1632-1677). No podemos pensar la filosofía de Europa sin el pensamiento de Spinoza.


Pero es durante el siglo XVIII con la Ilustración y la emancipación de los judíos que Europa abrió sus puertas a todas las ramas del saber.


Los judíos ingresaron en las universidades y los  antiguos estudiosos del Talmud y la Torá comenzaron a estudiar todas las áreas de interés humano. Este fenómeno histórico aún no ha sido debidamente estudiado. Algunas universidades comenzaron a limitar el número de judíos que ingresaban porque el porcentaje de éstos no era comparable con su tamaño demográfico. Europa se vio desbordada por sus judíos porque éstos deseaban participar en todos los campos del pensamiento.


La lista de judíos sin cuya participación Europa no podría ser comprendida es muy extensa y excede las posibilidades de este artículo. Desde Sigmund Freud hasta Walter Benjamin o Martin Buber. También Franz Kafka, Stefan Zweig, Albert Einstein, Raymond Aron, Jacques Derrida, Primo Levi, Max Aub, Karl Krauss, Edgard Morin, George Steiner, Ernst Bloch, Rosa Luxemburgo, Charles Chaplin, Theodor Adorno, Cecil Roth y miles y miles de anónimos intelectuales judíos que participaron en toda la cultura de Europa.

Como dijo Juan Pablo II : “Los hebreos son nuestros hermanos mayores en la fe”.

Publicado en LA VANGUARDIA. 26/IX/2005, Pág. 26
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(*) Mario Saban es Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Desde hace más de 15 años se dedica a la investigación histórica y teológica sobre los orígenes judíos del cristianismo. (Ver biografía completa)

jueves, 14 de abril de 2011

Masada, la fortaleza. Último bastión judío

Durante la primera guerra judeo-romana, los zelotes llevaron el peso de la resistencia contra el invasor romano y prefirieron la muerte a ser esclavizados

En el año 66 e.c. una revuelta comandada por Simón bar Giora, Eleazar ben Yair y Menahem se enfrenta a las legiones romanas del general Vespasiano, legado romano de Siria, dando lugar a lo que se conoce como Primera guerra judeo-romana según el historiador Yosef ben Mathitiahu, más conocido como Flavio Josefo.

Masada en el tiempo de los asmóneos

Varios son los historiadores de la época que mencionan la existencia de la fortaleza de Masada, entre ellos Estrabón y Plinio el Viejo pero es Flavio Josefo quien en su libro Las Guerras de los Judíos hace mayor referencia a ella. Según este historiador de la antigüedad, Masada es mandada construir por el rey Alejandro Janneo (103 a t8 a.e.c.) que se hacía llamar Jonathan, el sumo sacerdote, y no debe confundirse con el hermano de Judas Macabeo del mismo nombre. El hallazgo de varias piezas arqueológicas de la época de este rey asmóneo tales como monedas y otros objetos corroboran lo indicado por Josefo.

Masada en la época herodiana

Herodes utilizó la fortaleza de Masada para esconderse allí junto a Cypros, su madre; Mariamne, su esposa; y Salomé, su hermana junto con una guarnición de unos ochocientos hombres capitaneados por su hermano José Fassael haciendo frente a la invasión de los partos del año 40 a.e.c.

Las tropas partas asediaron la fortaleza y a punto estuvieron, sus defensores, de perecer de sed dada la sequía reinante en el lugar, el desierto de Judea, sin embargo, una fina lluvia caída la noche anterior a su pretendida y arriesgada huída hacia tierras nabateas les salvó de una muerte segura.

Pompeyo conquista Judea

El invicto general romano Pompeyo logró derrotar a los partos y conquistó Judea ese mismo año proponiendo ante el Senado romano que Herodes fuese nombrado rey vasallo de Roma cuestión que fue aprobada por la alta cámara senatorial. Así, Herodes, tornó triunfante a Judea y tras superar un breve enfrentamiento con los judíos que no le querían ocupó el trono.

Viendo la importancia que Masada tenía como lugar estratégico y de defensa ante una posible invasión de los ejércitos egipcios de Cleopatra decidió fortificarla más de lo que ya estaba y construir en ella nuevas cisternas, almacenes y su Palacio colgado en la parte meridional del cerro. La reconstrucción, modernización y fortificación se llevó a cabo entre los años 37 y 31 a.e.c. Utilizo también la fortaleza para albergar a dignatarios de otros países pudiendo disfrutar de las magníficas vistas del desierto de Judea, del Mar Muerto y del oasis de Ein Guedi.

Primera guerra Judeo-romana

Los zelotes, grupo ultra nacionalista y ultra religioso, fueron los principales impulsores de lo que empezó como una revuelta y acabó en una guerra sin cuartel contra el Imperio romano. Otro grupo que secundó la iniciativa de los zelotes fueron los sicarios, grupo escindido de los propios zelotes, que usaban el crimen y el terror para conseguir sus planes de expulsión de las fuerzas invasoras, siempre según Flavio Josefo el cual tomó parte activa en la revuelta como Jefe de los sublevados en la fortaleza galilea de Jotapata hasta caer prisionero del general Vespasiano.

La rebelión dio comienzo cuando un grupo de sicarios comandados por Menahem asaltó y aniquiló a una cohorte romana de la Legio III, Gallica, acuartelada originalmente en Samosata, a orillas del Éufrates, pero que en ese momento se hallaba acantonada en Masada desde que Arquelao, hijo de Herodes, había sido depuesto por orden de Octavio César Augusto y del Senado romano.

Los sicarios encontraron la fortaleza preparada para hacer frente a cualquier tropa invasora. Se hallaba repleta de avituallamientos tales como trigo, cereales, leguminosas, aceite, vino, dátiles, etc. Las cisternas estaban llenas de agua a rebosar. También disponía de materia prima como hierro, bronce y plomo con el que poder hacer armas y municiones y tenía un arsenal preparado para armar a un ejército de unos 10.000 hombres.

Se unen nuevos sicarios a los defensores de Masada

En el año 70 llega a Masada un nuevo grupo de sicarios bajo las órdenes de Simón bar Giora. Venían huyendo de Jerusalén donde habían sido derrotados por el general Tito, hijo de Vespasiano ya nombrado emperador, que asoló y destruyo la ciudad y el Templo. En esos momentos solamente tres fortalezas resistían desafiantes al poder romano: Maqueronte, al Este; Herodión, al Norte y la propia Masada, al Sur de Judea.
Cuando Tito marcha a Roma deja como gobernador de Judea al general Lucio Flavio Silva el cual decide que la única forma de acabar con la revuelta es el asedio de la fortaleza de Masada por lo que dispone para tal menester de la Legio X, Fretensis; cuatro cohortes de tropas auxiliares y dos escuadrones de caballería. En total 15.000 hombres. Sin embargo se encontró con un grave problema que resolver ¿cómo planificar un ataque a una fortaleza que parecía inexpugnable?

El Camino de la Serpiente

Solamente existían dos posibles accesos a la fortaleza. En el flanco oriental un angosto, escarpado y sinuoso camino con una largada aproximada de cinco kilómetros, conocido como el Camino de la Serpiente dada su forma. El segundo camino, igual de angosto que al anterior, se hallaba en el flanco occidental y suponía un problema añadido, estaba custodiado por la propia fortaleza. No obstante Silva decidió que la mejor forma para entrar en ella era la construcción de una rampa que ascendiera por ese lado occidental desde un promontorio conocido como Roca Blanca situado a unos 150 metros por debajo de la cumbre.

Tres meses después de iniciada la construcción de la rampa y a los siete meses del asedio, los romanos se vieron capaces, al fin, de iniciar el asalto a la fortaleza. Era la primavera del año 73.


El asalto final a la fortaleza

Para ello utilizaron una torre de asalto de 30 metros de altura fabricada en madera y reforzada con hierro. Disponía de dos pisos y la subieron hasta la plataforma cuadrada que habían construido al final de la rampa. Mientras que los arqueros disparaban sus flechas desde el piso superior contra los defensores de la fortaleza, un ariete gigante situado en el piso inferior golpeaba la muralla con el fin de abrir en ella una brecha por donde poder iniciar el asalto.

Dentro de las murallas, los zelotes, los sicarios así como sus familias, ancianos, mujeres y niños, empezaron a ser conscientes de que la hora del asalto final se acercaba y que, a lo sumo, los romanos penetrarían en la fortaleza a la mañana siguiente a lo más tardar.

Eleazar ben Yair, líder de los zelotes, reunió a sus hombres y sus familias y les arengó de forma que prefirieran la muerte a caer prisioneros y esclavizados por los romanos. Dado que en el judaísmo el suicidio es una práctica prohibida por la Torá, se decidió que los hombres matarían a sus familias y después elegirían a diez de entre ellos para acabar con la vida de los demás. Antes de cumplir con esta decisión Eleazar ordenó prender fuego a la fortaleza a excepción de los depósitos de víveres con el fin de que los romanos entendieran que morían por resolución propia y no por verse asediados por la desesperación.

Los romanos encuentran un espectáculo terrorífico

Cuando a la mañana siguiente, el primer día de Pesaj, el 15 de Nissan de 3833, los legionarios romanos no se podían creer lo que estaban viendo. Entraban dispuestos al combate cuerpo a cuerpo y se encontraron con un montón de cadáveres y un silencio sepulcral, solamente se oía el crepitar de los fuegos que aún ardían en la muralla interior y la respiración entrecortada de los soldados romanos.

Solamente sobrevivieron, escondidos en una cisterna, dos mujeres y tres niños. Una de ellas, la más anciana y pariente de Eleazar contó lo sucedido la noche anterior a los atónitos romanos que la escuchaban con atención. Flavio Josefo recogió estas manifestaciones en su libro y lo dejó escrito para la posteridad dejando este mensaje: “Cuando allí se toparon con el montón de muertos, no se alegraron, como suele ocurrir con los enemigos, sino que se llenaron de admiración por la valentía de su resolución y por el firme menosprecio de la muerte que tanta gente había demostrado con sus obras”.

Jaime Bel Ventura