miércoles, 24 de marzo de 2010

LAS GUERRAS JUDEO-ROMANAS (II parte)

En el año 113, Trajano inició su campaña militar contra el Imperio Parto, con el objetivo de conquistarlo y llegar a India, como Alejandro Magno. Para esto, movilizó las legiones desplegadas en todo el Imperio, dejando desguarnecidas las ciudades conquistadas del norte de África y otros sitios. Para garantizar sus líneas de comunicaciones y abastecimientos conquistó el reino de los nabateos para tener la ciudad de Palmira como base para el ataque y, dada la historia de levantamientos de la provincia de Judea, tomó una serie de medidas contra los judíos: entre otras cosas, les prohibió el estudio de la Torah y la observancia del Shabat. Estas medidas causaron indignación en la población judía, tanto dentro como fuera del territorio de Judea.
En 115, el ejército romano comenzó su ofensiva contra los partos, logrando conquistar Mesopotamia, incluidas las ciudades de Babilonia y Susa, sedes de grandes academias judías. Las colonias judías de estas ciudades, conocedoras de las persecuciones que sus sabios sufrían en Judea, y que vivían en un marco de libertad religiosa desde hace 600 años, combatieron encarnizadamente contra las legiones romanas y apoyaron a los partos.
Las comunidades griegas de Cirenaica (Libia) y Chipre atacaron los barrios judíos excusándose en el apoyo que estos daban a los partos. Este ataque llevó a las comunidades judías a la organización de su autodefensa y contraataque.
Los judíos de Cirene, capital de la provincia romana de Cirenaica, liderados por Lucas atacaron los barrios griegos, destruyendo numerosos templos dedicados a dioses paganos como Júpiter, Apolo, Artemisa e Isis, así como edificios que simbolizaban el poder romano. Como consecuencia de estos levantamientos Libia fue despoblada hasta el nivel que fue necesario fundar nuevas colonias varios años después para recuperar la población.
El movimiento comandado por Lucas luego se dirigió a Alejandría, entró en la ciudad abandonada por las tropas romanas con sede en Egipto dirigidas por el gobernador Marco Rutilio Lupo, e incendió algunos barrios de la misma. Tanto los templos paganos como la tumba de Pompeyo fueron destruidos. Esto obligó a Trajano a enviar nuevas tropas al mando del prefecto del pretorio Quinto Marcio Turbo para pacificar las provincias de Egipto y Cirenaica, lo que se logró en el otoño del año 117. Así, Los bienes y las propiedades de las comunidades judías fueron expropiadas para reconstruir las ciudades y los daños causados por el levantamiento. Su líder Lucas presumiblemente huyó hacia Judea.
Bajo el liderazgo de Artemión, los judíos chipriotas participaron en un gran levantamiento contra los romanos bajo Trajano (117) y ellos reportaron haber matado 240.000 griegos.
Trajano envió la legión VII Claudia para restaurar el orden. El ejército romano reconquistó la capital asesinando a todos los rebeldes y se prohibió a los judíos residir a futuro en la isla, bajo pena de muerte. Incluso los supervivientes de naufragios, si eran encontrados en la playa, eran ejecutados.
Una nueva revuelta se levantó en la Mesopotamia recién conquistada, mientras Trajano luchaba contra los partos en el golfo pérsico. Trajano reconquistó Nísibis, Edesa y Seleucia. En cada una de estas ciudades había antiguas e importantes comunidades judías. Tras sofocar la rebelión, Trajano quedó inquieto con la situación, y envió al general Lucio Quieto para eliminar a todos los sospechosos judíos en Chipre, Siria y Mesopotamia, nombrándolo procurador de la provincia de Judea.
La insurrección de los judíos durante los últimos años de Trajano no había sido totalmente suprimida cuando Adriano asume el mando como emperador en el año 118. Los disturbios se trasladaron a Judea. Quieto, que estaba a cargo del gobierno de Judea, detuvo a los hermanos Julián y Papo, que habían sido el alma de la rebelión, sentenciándolos a muerte. Pero Adriano ordenó la ejecución de Quieto, al considerarlo un rival político para ocupar el trono de emperador dada su proximidad con Trajano, salvando a los hermanos sediciosos.
El nombramiento de Adriano como emperador y las promesas realizadas por él de permitir la reconstrucción del Templo de Jerusalén trajo un breve lapso de tranquilidad a la región, pero luego su cambio de pensamiento por la influencia de su entorno griego y la decisión, en el año 127, de fundar una ciudad romana en el sitio de Jerusalén, llevó a un reinicio de los disturbios que motivó el traslado de la legión VI Ferrata al lugar, culminando quince años después en la Tercera Guerra Judeo-Romana, la Rebelión de Bar Kojba en 132 de nuestra era.
Las causas directas de la rebelión vienen tras la decisión de Adriano de fundar en el lugar de Jerusalén una ciudad romana llamada Aelia Capitolina. y por los decretos dictados por Adriano que prohibían el Brit Milá (circuncisión), el respeto del sábado, y las leyes de pureza en la familia.
La intención de Adriano era "civilizar" e incorporar a los judíos a la cultura greco-romana. Para la visión helenista, la circuncisión era una mutilación. La tradición judía relata en el Midrásh Tanjuma un encuentro entre Rabí Akiva y el gobernador Turnus Rufus, donde este le solicita la explicación sobre la circuncisión.
Una legión adicional, la Legio VI Ferrata, fue asentada en la provincia para mantener el orden, y los trabajos comenzaron en el año 131 luego que el Gobernador de Judea, Turnus Rufus realizara la ceremonia de fundación de Aelia Capitolina. Una moneda romana con la inscripción Aelia Capitolina fue acuñada en el año 132.
El Taná Rabí Akiva, que sin ser nombrado nasi dirigía el Sanedrín, convenció a los demás miembros de apoyar la inminente rebelión, y declarar al comandante elegido, Simón bar Kojba como el Mesías.
Los líderes judíos planearon cuidadosamente la rebelión para evitar los numerosos errores que se habían cometido en la anterior. En el año 132 d EC la rebelión dirigida por Bar Kojba rápidamente se expandió desde Modín a través de todo el país, derrotando a la X legión Fretensis con base en Jerusalén y destruyendo a la XXII Legión Romana que había concurrido desde Egipto.
Un estado soberano Judío fue restaurado en los siguientes dos años y medio. La administración pública fue encabezada por Simón bar Kojba, que tomó el título de "Nasí", (Príncipe o Presidente de Israel). La «Era de la redención de Israel» fue anunciada, se realizaron contratos y se emitieron monedas de cobre y plata en gran cantidad con la correspondiente inscripción.
Rabi Akiva presidía el Sanedrín. Los servicios religiosos eran realizados y se reiniciaron los korbanot (Sacrificios rituales de animales u otras ofrendas). Se presume que se intentó restaurar el Templo de Jerusalén, pero no hay pruebas fehacientes de ello.
La rebelión tomó a Roma por sorpresa. Adriano llamó a su General Sexto Julio Severo de Britania, y convocó múltiples legiones, hasta del Danubio. El tamaño del ejército romano fue mucho mayor que el comandado por Tito sesenta años antes. Las pérdidas romanas fueron muy grandes. Entre ellas, una legión completa, la Legión XXII Deiotariana. Fueron tan grandes que el reporte de Adriano al Senado romano no incluía el habitual saludo "Yo y las legiones estamos bien".
Las luchas luego de tres años desde el inicio de la rebelión culminaron brutalmente en el verano del año 135 d EC Después de perder Jerusalén, Bar Kojba y los restos de su ejército se retiraron a la fortaleza de Betar, que subsecuentemente fue sitiada y tomada. El Talmud de Jerusalén relata que el número de muertos fue enorme. También relata que por diecisiete años no se permitió enterrar a los cadáveres de Betar.
Murieron cerca de 580.000 judíos. Asimismo, 50 ciudades fortificadas y 985 aldeas fueron arrasadas. Adriano intentó destruir de raíz la identidad judía, que había sido la causa de las continuas rebeliones. Prohibió la Torah, el calendario judío y mandó ejecutar a numerosos estudiosos y eruditos. Los rollos sagrados fueron quemados en una ceremonia en el Monte del Templo.
En el lugar del templo, instaló dos estatuas, una del dios romano Júpiter y otra de él mismo. Administrativamente eliminó la provincia romana de Judea fusionándola con otras regiones en la provincia de Siria Palestina, tomando el nombre de los filisteos, antiguos enemigos de los judíos, y fundó la ciudad de Aelia Capitolina en el sitio de Jerusalén, prohibiendo a los judíos ingresar en ella.
A diferencia de la primera Guerra Romano-Judía, la mayoría de la población judía fue asesinada, esclavizada o exiliada; y la religión judía prohibida. Luego de la rebelión el centro de la vida religiosa pasó a Babilonia. En los tiempos modernos, la Rebelión de Bar Kojba se convirtió en un símbolo de la valerosa resistencia nacional.

LAS GUERRAS JUDEO-ROMANAS (I parte)

En el año 6, Judea, que hasta entonces había sido un estado cliente de Roma con su propio gobernante, fue incorporada como provincia al Imperio romano. Pasó a ser regida por un procurador, responsable del mantenimiento de la paz y de la recaudación de los impuestos. En este último aspecto, eran comunes los abusos, lo cual causaba hondas molestias a la población judía, que debía soportar una doble carga impositiva, ya que también era obligatorio ofrecer tributo al Templo de Jerusalén. Por otro lado, la presencia de la autoridad romana fue también fuente de tensiones religiosas: desde el comienzo de la administración, los romanos se arrogaron el derecho a nombrar al Sumo Sacerdote. Otro conflicto de tipo religioso, que estuvo a punto de desembocar en una revuelta, se produjo cuando el emperador Calígula tomó la decisión de ubicar una estatua suya en el interior del Templo. La prematura muerte de Calígula, asesinado en el año 41, impidió que su propósito se llevase finalmente a cabo.
Antes la muerte del rey Herodes I el Grande e incluso de que la dominación romana comenzara a ejercerse de forma directa, había resurgido entre los judíos un movimiento revolucionario de orientación teocrática, cuya finalidad era la expulsión de la presencia romana en Judea: los zelotes. Generalmente se considera como el iniciador de este resurgimiento a Judas el Galileo. Este grupo permanecería activo durante seis décadas, y sería uno de los principales motores de la revuelta en el año 66. El movimiento fue radicalizándose a medida que los sucesivos incidentes iban acentuando el antagonismo entre judíos y romanos. Los zelotes más exaltados formaron el grupo de los sicarios llamados así por llevar escondida bajo sus ropajes una pequeña espada (sica) y ser partidarios de la lucha armada.
La revuelta comenzó en el año 66 en Cesarea, cuando, tras ganar una disputa legal frente a los judíos, los griegos provocaron un linchamiento premeditado en el barrio judío en el que la guarnición romana no intervino. La ira de los judíos se acrecentó cuando se supo que el procurador Gesio Floro había robado dinero del tesoro del Templo. Así, en un acto desafiante, el hijo del Sumo Sacerdote, Eleazar ben Ananías, cesó los rezos y los sacrificios en el Templo en honor al emperador romano y mandó atacar a la guarnición romana que estaba en Jerusalén. El tetrarca de Galilea y gobernador de Judea, Herodes Agripa II, y su hermana Berenice huyeron mientras Cestio Galo, legado romano en Siria, reunía una importante fuerza en Acre para marchar a Jerusalén y sofocar la rebelión.
Los judíos lograron repeler las fuerzas de Cestio Galo en Bet Horon y le obligaron retirarse, matando 6.000 legionarios en la emboscada. Seguidamente, el emperador Nerón encargó la campaña al general Vespasiano, de los más experimentados de Roma, que concentró cuatro legiones (la V, X, XII y XV, sesenta mil hombres, aproximadamente en Judea y logró en el 68 aplastar la resistencia judía en el norte. Así, el líder zelote del norte, Juan de Giscala, y el sicario Simón ben Giora, lograron escapar a Jerusalén. En el año 69 Vespasiano fue nombrado emperador de Roma, dejando a su hijo Tito, de veintinueve años, al cargo del asedio y la toma de Jerusalén, capital de la provincia de Judea.
El asedio de Jerusalén fue más duro de lo que Tito esperaba. Al no poder romper la defensa de la ciudad, el ejército romano se vio obligado a sitiarla, estableciendo un campamento en las afueras. La sitiada Jerusalén era un infierno y la gente moría por millares, de enfermedad y de hambre. Pero los revolucionarios judíos no estaban dispuestos a rendirse y arrojaban por encima de las murallas a aquellos pacifistas que les parecían sospechosos. Los defensores de la ciudad contaban con cerca de veinticinco mil combatientes divididos en zelotes, al mando de Eleazar ben Simón (ocupaban la fortaleza Antonia y el Templo), sicarios, al mando de Simón ben Giora (dominando la ciudad alta), idumeos y otros, a las órdenes de Juan de Giscala.
Tito también recurrió a la guerra psicológica. Antes de atacar las murallas de Jerusalén, ofreció a los sitiados un espectáculo: el ejército romano en su totalidad se desplegó a la vista de los asediados. Apeló también a los servicios del ex prisionero judío Flavio Josefo exhortándole que arengara a sus compatriotas que se rindieran. Así lo hizo Josefo: «Que se salven ellos y el pueblo, que salven a su patria y al templo» (Guerra de los judíos V, 362); «Dios, que hace pasar el imperio de una nación a otra, está ahora con Italia» (Guerra V, 367); «Nuestro pueblo no ha recibido nunca el don de las armas, y para él hacer la guerra acarreará forzosamente ser vencido en ella» (Guerra V, 399); «¿Creéis que Dios permanece aún entre los suyos convertidos en perversos?» (Guerra V, 413). Lo que Josefo quería demostrarles es que Dios ya no estaba con ellos. Pero Josefo no logró convencerles, sino que, al contrario, suscitó una reacción de rechazo.
En el verano del año 70 los romanos, tras lograr romper las murallas de Jerusalén, entraron y saquearon la ciudad. Atacaron, en primer lugar, la fortaleza Antonia y seguidamente ocuparon el Templo, que fue incendiado y destruido el día 9 del mes judío de Av del mismo año; al mes siguiente cayó la ciudadela de Herodes.
Conquistada Jerusalén, en la primavera del año 71 Tito parte hacia Roma, habiendo encargado la tarea de terminar las operaciones militares en Judea a la Legio X Fretensis bajo las órdenes del nuevo gobernador de Judea, Lucilio Baso. Debido a una enfermedad, Baso no completa la misión, por lo que es sustituido por Lucio Flavio Silva. Así, Silva marcha hacia la última fortaleza judía que quedaba en pie, Masada, en el otoño del año 72. De acuerdo con Josefo, cuando los romanos finalmente lograron entrar a Masada (año 73) descubrieron que 953 defensores, bajo el liderazgo del líder sicario Eleazar ben Yair, habían preferido suicidarse en masa antes que rendirse. Solamente sobrevivieron dos mujeres y tres niños que fueron quienes comentaron lo sucedido.
Tras la revuelta, toda Judea se convirtió en una provincia en ruinas, con una Jerusalén reducida a escombros y el Templo destruido. Aproximadamente 1.100.000 judíos murieron y 97.000 fueron capturados y esclavizados. Desde el punto de vista histórico, la derrota de los judíos fue una de las causas de la Diáspora —numerosos judíos se dispersaron tras perder su estado y algunos de ellos fueron vendidos como esclavos en diferentes lugares del Imperio romano—, y una de las mayores catástrofes de la historia judía, que acabó con la historia del estado judío en la antigüedad. Desde el punto de vista religioso, por otro lado, la destrucción del II Templo de Jerusalén supuso la pérdida espiritual más importante de los judíos, que todavía hoy recuerdan en el día de duelo de Tisha b'Av.
Años antes, tras la conquista romana de Judea por Pompeyo, Herodes utilizó la fortaleza de Masada para albergar a su madre Cypros, su prometida Mariamne y su hermana Salomé durante la invasión parta del año 40 a EC de Judea, antes de dirigirse hacia Roma para solicitar apoyo contra esta invasión. La familia de Herodes, apoyada por una guarnición de 800 defensores liderada por su hermano José, tuvo que afrontar un asedio de las fuerzas partas, llegando casi a perecer de sed, cuando fueron salvados por una lluvia providencial que llenó las cisternas la noche anterior a una arriesgada huida que habían decidido efectuar hacia territorio nabateo.
En Roma, Herodes fue designado rey de Judea gracias a su resistencia a la invasión parta, tras lo cual volvió a Judea y, tras una breve guerra civil, en el 37 a EC consiguió controlar toda la provincia. Tras percatarse de la importancia de Masada, Herodes decidió fortificarla entre los años 37 y 31 a JC, ante la amenaza que suponía el incipiente expansionismo de la vecina reina Cleopatra VII de Egipto, amparada por el triunviro Marco Antonio. Asimismo, otra de las funciones de Masada fue como refugio frente a su propio pueblo, ya que los judíos nacionalistas detestaban a Herodes por ser de origen idumeo, por restablecer el dominio romano y por eliminar a los últimos asmoneos.
Aprovechando sus excelentes condiciones geográficas (aislada en el desierto de Judea y alejada de núcleos habitados) y sus defensas naturales, Herodes dotó a la meseta de una muralla a lo largo de su perímetro, además de erigir una amplia torre en el sendero occidental que custodiara el acceso, unos 400 metros antes de la meseta. También construyó un palacio para disponer del refugio como lugar de descanso personal y para albergar visitas de otros dignatarios que pudieran disfrutar con las impresionantes vistas del desierto de Judea, del oasis de Ein Gedi, del Mar Muerto y de las montañas de Moab.
Como se ha dicho anteriormente, los zelotes fueron el grupo principal que llevó el peso de la sublevación para liberar la provincia de Judea de la dominación romana. Otro de los grupos radicales que también se sublevó fue el de los sicarios que usaban el asesinato y el pillaje para lograr sus objetivos, siendo uno de los grupos más extremistas.
De esta forma, en el mismo año de la rebelión (66 d EC), un grupo de rebeldes sicarios liderados por Menájem asaltó y aniquiló a la guarnición romana, compuesta por una cohorte de la Legio III Gallica (acuartelada en Samosata, a orillas del Éufrates), que se hallaba estacionada en Masada desde la deposición de Herodes Arquelao (año 6). Los sicarios encontraron en la fortaleza un arsenal suficiente para equipar un ejército de diez mil hombres, e importantes reservas de metal (hierro sin trabajar, bronce y plomo) para fabricar nuevas armas y municiones. Los almacenes estaban surtidos de trigo, leguminosas, aceite, dátiles y vino (bien conservados gracias al ambiente árido del desierto circundante), los fértiles huertos interiores podían proporcionar alimentos frescos, y los canales excavados en la roca calcárea capturaban y conducían el agua de lluvia a las cisternas subterráneas. La fortaleza estaba por tanto preparada para resistir un sitio prolongado.
En el año 70 llegó a Masada un nuevo grupo de sicarios y sus familias, liderado por Simón bar Giora, y que habían sido expulsados de Jerusalén poco antes del asedio y destrucción de la capital judía por parte de Tito, hecho con el cual concluía prácticamente la Primera Guerra Judeo-Romana. Sólo subsistían tres fortalezas desafiantes al poder romano: Herodión, Maqueronte y la propia Masada, desde la cual se lanzaron numerosos asaltos contra unidades romanas e incluso aldeas judías durante los dos años siguientes.
En el año 72, hastiado por los problemas que suponía la existencia de una Masada aún rebelde, el gobernador romano de Judea Lucio Flavio Silva marchó hacia la fortaleza dispuesto a asediarla con un ejército compuesto por una legión romana (la Legio X Fretensis), cuatro cohortes auxiliares y dos de caballería. Para albergar estas tropas dispuso la creación de ocho campamentos que rodearan la fortaleza, ubicados tanto en la planicie occidental como en la llanura costera oriental, que pudieran acoger un total de 15.000 efectivos, entre legionarios, auxiliares, seguidores y prisioneros judíos esclavizados. También se erigió una muralla que rodeara la fortaleza (similar a la que se levantó rodeando Jerusalén años atrás), de tres kilómetros de longitud y tres metros de altura en origen, y en la actualidad reducida a la mitad debido a la intensa erosión que existe en la zona, un efecto también apreciable en los muros de los campamentos. Las labores de construcción de las murallas estaban reservadas a los legionarios: al ser una labor muy específica y fundamental para el éxito del asedio, Silva sólo empleó soldados de confianza, dejando a los esclavos y a los auxiliares otros menesteres, como el aprovisionamiento de agua y otras labores de mantenimiento general.
Respecto a los accesos, sólo existían dos senderos que ascendían hasta la fortaleza. Uno de ellos, el Camino de la Serpiente, consistía en un angosto y escarpado sendero que ascendía sinuosamente por el flanco oriental a lo largo de 30 estadios (5,2 kilómetros), cuya estrechez y acusada pendiente imposibilitaba un asalto sobre Masada. El segundo acceso era otro angosto camino situado en el flanco occidental y custodiado desde la fortaleza, si bien Silva decidió que era la vía de acceso más lógica. De esta forma, después de numerosos y vanos intentos por abrir una brecha en las murallas de Masada, ordenó construir una rampa que ascendiera hasta su lado occidental, desde un promontorio denominado la Roca Blanca, situado a 300 codos (unos 150 m) por debajo de la cumbre de Masada. La construcción duró varias semanas, tras utilizar miles de toneladas de piedras y tierra apisonada ubicadas sobre el propio sustrato geológico, conformando así una de las mayores estructuras de asedio conocidas en época romana. Finalmente la rampa alcanzó unos 196 m de base y 100 m de altura, con un 51% de pendiente. Los sicarios no trataron de impedir el avance romano, a diferencia de lo ocurrido en otros asedios anteriores contra fortalezas judías como en Maqueronte, y cuya causa podría ser la progresiva falta de medios de los sicarios para combatir al ejército sitiador romano. También se ha especulado con la posibilidad de que la rampa hubiera sido erigida por los esclavos judíos del ejército romano, por lo cual los sicarios se habrían mostrado reacios a atacar a otros judíos debido a sus creencias.
Unos tres meses después de haberse iniciado su construcción, y siete meses después de iniciarse el asedio, la rampa fue finalmente finalizada en la primavera del año 73, contando en su cumbre con una plataforma cuadrada de 22 metros de lado. Sobre ella se situó una torre de asedio (reforzada con hierro y de unos 30 metros de altura) junto al exterior de la muralla de Masada, y mientras los artilleros de los pisos superiores de la torre disparaban sus escorpiones y ballestas para mantener el parapeto libre de sicarios, un ariete situado en el piso inferior de la torre golpeaba continuamente la muralla hasta que se consiguió abrir una brecha. Sin embargo, los legionarios descubrieron que los sicarios habían construido una segunda muralla a continuación del parapeto exterior. Cuando el ariete comenzó a golpear esta segunda muralla, los romanos comprobaron que había sido erigida con capas alternas de piedras y madera, de forma que ésta absorbía los golpes del ariete e incluso se fortalecía así, tal como Julio César había comprobado en sus asedios en las Galias poco más de un siglo antes; es ésta la razón por la cual este tipo de estructura recibió el nombre de muralla gala desde entonces.
La tarde del 2 de mayo, Silva canceló las embestidas del ariete y envió a un grupo de hombres armados con antorchas para incendiar la muralla interior, que comenzó a arder rápidamente a lo largo de la estructura. No obstante, comenzó a soplar un fuerte viento desde el norte y de cara al ejército romano, que amenazó la maquinaria de asedio hasta que cambió de sentido y avivó las llamas, lo cual fue interpretado como un buen augurio. Entonces Silva ordenó montar una fuerte guardia que custodiara la muralla incendiada, para así evitar que los judíos escaparan por la noche a través de la brecha, ya que su intención era lanzar el asalto definitivo al día siguiente.
Dentro de Masada, los sicarios fueron conscientes de que el asalto final del ejército romano llegaría con el nuevo día. Entonces, el líder de los sicarios, Eleazar ben Yair, reunió esa noche a sus hombres en el palacio occidental, pronunciando un discurso donde propuso darse muerte ellos mismos para evitar ser hechos prisioneros y vendidos como esclavos. De esta forma, dado que el suicidio como tal era denostado por las leyes del judaísmo, los hombres mataron a sus familias, y posteriormente eligieron por suertes a diez de ellos para quitar la vida al resto. Finalmente, entre estos diez eligieron de nuevo a uno que acabó con la vida de los demás, y antes de darse muerte prendió fuego a la fortaleza, excepto a los depósitos de víveres, para así demostrar a sus enemigos que actuaban por resolución, no por desesperación. Era el decimoquinto día de Nisán (abril-mayo), el primer día de Pésaj (Pascua judia) .
La mañana del 3 de mayo los legionarios romanos colocaron pasarelas sobre la muralla incendiada e irrumpieron en la fortaleza, preparados para combatir a sicarios y zelotes, mas toparon con un silencio sepulcral y la visión del fuego y de los cuerpos sin vida de sus enemigos. Únicamente hallaron con vida a una anciana y una mujer, parienta de Eleazar, que se habían refugiado junto a sus hijos en una de las galerías subterráneas que conducía a las cisternas, siendo quienes relataron las últimas palabras que el líder sicario pronunció a sus hombres. Impresionados por la resolución de los sicarios, los romanos perdonaron la vida a los supervivientes:
“Cuando allí se toparon con el montón de muertos, no se alegraron, como suele ocurrir con los enemigos, sino que se llenaron de admiración por la valentía de su resolución y por el firme menosprecio de la muerte que tanta gente había demostrado con sus obras”.
Con la conquista del último bastión rebelde que significaba Masada concluyó la Primera Guerra Judeo-Romana. Tras la caída de la fortaleza, y pacificado todo el territorio de Judea, Silva replegó las tropas hasta Cesarea, dejando estacionada una unidad auxiliar en la meseta de Masada.
Las autoridades romanas tomaron medidas para aplastar todo intento de rebelión futura en Judea. Se modificó su situación política. En lugar de un prefecto se nombró un pretor como gobernador, y se estableció en las ruinas de Jerusalén la sede de una legión romana completa, la Legión X Fretensis.
La conducción política y religiosa del pueblo judío quedó en manos del Sanedrín, con sede inicial en Yavne, que fue cambiando de ciudad por razones de seguridad.
LAS GUERRAS JUDEO-ROMANAS
En el año 6, Judea, que hasta entonces había sido un estado cliente de Roma con su propio gobernante, fue incorporada como provincia al Imperio romano. Pasó a ser regida por un procurador, responsable del mantenimiento de la paz y de la recaudación de los impuestos. En este último aspecto, eran comunes los abusos, lo cual causaba hondas molestias a la población judía, que debía soportar una doble carga impositiva, ya que también era obligatorio ofrecer tributo al Templo de Jerusalén. Por otro lado, la presencia de la autoridad romana fue también fuente de tensiones religiosas: desde el comienzo de la administración, los romanos se arrogaron el derecho a nombrar al Sumo Sacerdote. Otro conflicto de tipo religioso, que estuvo a punto de desembocar en una revuelta, se produjo cuando el emperador Calígula tomó la decisión de ubicar una estatua suya en el interior del Templo. La prematura muerte de Calígula, asesinado en el año 41, impidió que su propósito se llevase finalmente a cabo.
Antes la muerte del rey Herodes I el Grande e incluso de que la dominación romana comenzara a ejercerse de forma directa, había resurgido entre los judíos un movimiento revolucionario de orientación teocrática, cuya finalidad era la expulsión de la presencia romana en Judea: los zelotes. Generalmente se considera como el iniciador de este resurgimiento a Judas el Galileo. Este grupo permanecería activo durante seis décadas, y sería uno de los principales motores de la revuelta en el año 66. El movimiento fue radicalizándose a medida que los sucesivos incidentes iban acentuando el antagonismo entre judíos y romanos. Los zelotes más exaltados formaron el grupo de los sicarios llamados así por llevar escondida bajo sus ropajes una pequeña espada (sica) y ser partidarios de la lucha armada.
La revuelta comenzó en el año 66 en Cesarea, cuando, tras ganar una disputa legal frente a los judíos, los griegos provocaron un linchamiento premeditado en el barrio judío en el que la guarnición romana no intervino. La ira de los judíos se acrecentó cuando se supo que el procurador Gesio Floro había robado dinero del tesoro del Templo. Así, en un acto desafiante, el hijo del Sumo Sacerdote, Eleazar ben Ananías, cesó los rezos y los sacrificios en el Templo en honor al emperador romano y mandó atacar a la guarnición romana que estaba en Jerusalén. El tetrarca de Galilea y gobernador de Judea, Herodes Agripa II, y su hermana Berenice huyeron mientras Cestio Galo, legado romano en Siria, reunía una importante fuerza en Acre para marchar a Jerusalén y sofocar la rebelión.
Los judíos lograron repeler las fuerzas de Cestio Galo en Bet Horon y le obligaron retirarse, matando 6.000 legionarios en la emboscada. Seguidamente, el emperador Nerón encargó la campaña al general Vespasiano, de los más experimentados de Roma, que concentró cuatro legiones (la V, X, XII y XV, sesenta mil hombres, aproximadamente en Judea y logró en el 68 aplastar la resistencia judía en el norte. Así, el líder zelote del norte, Juan de Giscala, y el sicario Simón ben Giora, lograron escapar a Jerusalén. En el año 69 Vespasiano fue nombrado emperador de Roma, dejando a su hijo Tito, de veintinueve años, al cargo del asedio y la toma de Jerusalén, capital de la provincia de Judea.
El asedio de Jerusalén fue más duro de lo que Tito esperaba. Al no poder romper la defensa de la ciudad, el ejército romano se vio obligado a sitiarla, estableciendo un campamento en las afueras. La sitiada Jerusalén era un infierno y la gente moría por millares, de enfermedad y de hambre. Pero los revolucionarios judíos no estaban dispuestos a rendirse y arrojaban por encima de las murallas a aquellos pacifistas que les parecían sospechosos. Los defensores de la ciudad contaban con cerca de veinticinco mil combatientes divididos en zelotes, al mando de Eleazar ben Simón (ocupaban la fortaleza Antonia y el Templo), sicarios, al mando de Simón ben Giora (dominando la ciudad alta), idumeos y otros, a las órdenes de Juan de Giscala.
Tito también recurrió a la guerra psicológica. Antes de atacar las murallas de Jerusalén, ofreció a los sitiados un espectáculo: el ejército romano en su totalidad se desplegó a la vista de los asediados. Apeló también a los servicios del ex prisionero judío Flavio Josefo exhortándole que arengara a sus compatriotas que se rindieran. Así lo hizo Josefo: «Que se salven ellos y el pueblo, que salven a su patria y al templo» (Guerra de los judíos V, 362); «Dios, que hace pasar el imperio de una nación a otra, está ahora con Italia» (Guerra V, 367); «Nuestro pueblo no ha recibido nunca el don de las armas, y para él hacer la guerra acarreará forzosamente ser vencido en ella» (Guerra V, 399); «¿Creéis que Dios permanece aún entre los suyos convertidos en perversos?» (Guerra V, 413). Lo que Josefo quería demostrarles es que Dios ya no estaba con ellos. Pero Josefo no logró convencerles, sino que, al contrario, suscitó una reacción de rechazo.
En el verano del año 70 los romanos, tras lograr romper las murallas de Jerusalén, entraron y saquearon la ciudad. Atacaron, en primer lugar, la fortaleza Antonia y seguidamente ocuparon el Templo, que fue incendiado y destruido el día 9 del mes judío de Av del mismo año; al mes siguiente cayó la ciudadela de Herodes.
Conquistada Jerusalén, en la primavera del año 71 Tito parte hacia Roma, habiendo encargado la tarea de terminar las operaciones militares en Judea a la Legio X Fretensis bajo las órdenes del nuevo gobernador de Judea, Lucilio Baso. Debido a una enfermedad, Baso no completa la misión, por lo que es sustituido por Lucio Flavio Silva. Así, Silva marcha hacia la última fortaleza judía que quedaba en pie, Masada, en el otoño del año 72. De acuerdo con Josefo, cuando los romanos finalmente lograron entrar a Masada (año 73) descubrieron que 953 defensores, bajo el liderazgo del líder sicario Eleazar ben Yair, habían preferido suicidarse en masa antes que rendirse. Solamente sobrevivieron dos mujeres y tres niños que fueron quienes comentaron lo sucedido.
Tras la revuelta, toda Judea se convirtió en una provincia en ruinas, con una Jerusalén reducida a escombros y el Templo destruido. Aproximadamente 1.100.000 judíos murieron y 97.000 fueron capturados y esclavizados. Desde el punto de vista histórico, la derrota de los judíos fue una de las causas de la Diáspora —numerosos judíos se dispersaron tras perder su estado y algunos de ellos fueron vendidos como esclavos en diferentes lugares del Imperio romano—, y una de las mayores catástrofes de la historia judía, que acabó con la historia del estado judío en la antigüedad. Desde el punto de vista religioso, por otro lado, la destrucción del II Templo de Jerusalén supuso la pérdida espiritual más importante de los judíos, que todavía hoy recuerdan en el día de duelo de Tisha b'Av.
Años antes, tras la conquista romana de Judea por Pompeyo, Herodes utilizó la fortaleza de Masada para albergar a su madre Cypros, su prometida Mariamne y su hermana Salomé durante la invasión parta del año 40 a EC de Judea, antes de dirigirse hacia Roma para solicitar apoyo contra esta invasión. La familia de Herodes, apoyada por una guarnición de 800 defensores liderada por su hermano José, tuvo que afrontar un asedio de las fuerzas partas, llegando casi a perecer de sed, cuando fueron salvados por una lluvia providencial que llenó las cisternas la noche anterior a una arriesgada huida que habían decidido efectuar hacia territorio nabateo.
En Roma, Herodes fue designado rey de Judea gracias a su resistencia a la invasión parta, tras lo cual volvió a Judea y, tras una breve guerra civil, en el 37 a EC consiguió controlar toda la provincia. Tras percatarse de la importancia de Masada, Herodes decidió fortificarla entre los años 37 y 31 a JC, ante la amenaza que suponía el incipiente expansionismo de la vecina reina Cleopatra VII de Egipto, amparada por el triunviro Marco Antonio. Asimismo, otra de las funciones de Masada fue como refugio frente a su propio pueblo, ya que los judíos nacionalistas detestaban a Herodes por ser de origen idumeo, por restablecer el dominio romano y por eliminar a los últimos asmoneos.
Aprovechando sus excelentes condiciones geográficas (aislada en el desierto de Judea y alejada de núcleos habitados) y sus defensas naturales, Herodes dotó a la meseta de una muralla a lo largo de su perímetro, además de erigir una amplia torre en el sendero occidental que custodiara el acceso, unos 400 metros antes de la meseta. También construyó un palacio para disponer del refugio como lugar de descanso personal y para albergar visitas de otros dignatarios que pudieran disfrutar con las impresionantes vistas del desierto de Judea, del oasis de Ein Gedi, del Mar Muerto y de las montañas de Moab.
Como se ha dicho anteriormente, los zelotes fueron el grupo principal que llevó el peso de la sublevación para liberar la provincia de Judea de la dominación romana. Otro de los grupos radicales que también se sublevó fue el de los sicarios que usaban el asesinato y el pillaje para lograr sus objetivos, siendo uno de los grupos más extremistas.
De esta forma, en el mismo año de la rebelión (66 d EC), un grupo de rebeldes sicarios liderados por Menájem asaltó y aniquiló a la guarnición romana, compuesta por una cohorte de la Legio III Gallica (acuartelada en Samosata, a orillas del Éufrates), que se hallaba estacionada en Masada desde la deposición de Herodes Arquelao (año 6). Los sicarios encontraron en la fortaleza un arsenal suficiente para equipar un ejército de diez mil hombres, e importantes reservas de metal (hierro sin trabajar, bronce y plomo) para fabricar nuevas armas y municiones. Los almacenes estaban surtidos de trigo, leguminosas, aceite, dátiles y vino (bien conservados gracias al ambiente árido del desierto circundante), los fértiles huertos interiores podían proporcionar alimentos frescos, y los canales excavados en la roca calcárea capturaban y conducían el agua de lluvia a las cisternas subterráneas. La fortaleza estaba por tanto preparada para resistir un sitio prolongado.
En el año 70 llegó a Masada un nuevo grupo de sicarios y sus familias, liderado por Simón bar Giora, y que habían sido expulsados de Jerusalén poco antes del asedio y destrucción de la capital judía por parte de Tito, hecho con el cual concluía prácticamente la Primera Guerra Judeo-Romana. Sólo subsistían tres fortalezas desafiantes al poder romano: Herodión, Maqueronte y la propia Masada, desde la cual se lanzaron numerosos asaltos contra unidades romanas e incluso aldeas judías durante los dos años siguientes.
En el año 72, hastiado por los problemas que suponía la existencia de una Masada aún rebelde, el gobernador romano de Judea Lucio Flavio Silva marchó hacia la fortaleza dispuesto a asediarla con un ejército compuesto por una legión romana (la Legio X Fretensis), cuatro cohortes auxiliares y dos de caballería. Para albergar estas tropas dispuso la creación de ocho campamentos que rodearan la fortaleza, ubicados tanto en la planicie occidental como en la llanura costera oriental, que pudieran acoger un total de 15.000 efectivos, entre legionarios, auxiliares, seguidores y prisioneros judíos esclavizados. También se erigió una muralla que rodeara la fortaleza (similar a la que se levantó rodeando Jerusalén años atrás), de tres kilómetros de longitud y tres metros de altura en origen, y en la actualidad reducida a la mitad debido a la intensa erosión que existe en la zona, un efecto también apreciable en los muros de los campamentos. Las labores de construcción de las murallas estaban reservadas a los legionarios: al ser una labor muy específica y fundamental para el éxito del asedio, Silva sólo empleó soldados de confianza, dejando a los esclavos y a los auxiliares otros menesteres, como el aprovisionamiento de agua y otras labores de mantenimiento general.
Respecto a los accesos, sólo existían dos senderos que ascendían hasta la fortaleza. Uno de ellos, el Camino de la Serpiente, consistía en un angosto y escarpado sendero que ascendía sinuosamente por el flanco oriental a lo largo de 30 estadios (5,2 kilómetros), cuya estrechez y acusada pendiente imposibilitaba un asalto sobre Masada. El segundo acceso era otro angosto camino situado en el flanco occidental y custodiado desde la fortaleza, si bien Silva decidió que era la vía de acceso más lógica. De esta forma, después de numerosos y vanos intentos por abrir una brecha en las murallas de Masada, ordenó construir una rampa que ascendiera hasta su lado occidental, desde un promontorio denominado la Roca Blanca, situado a 300 codos (unos 150 m) por debajo de la cumbre de Masada. La construcción duró varias semanas, tras utilizar miles de toneladas de piedras y tierra apisonada ubicadas sobre el propio sustrato geológico, conformando así una de las mayores estructuras de asedio conocidas en época romana. Finalmente la rampa alcanzó unos 196 m de base y 100 m de altura, con un 51% de pendiente. Los sicarios no trataron de impedir el avance romano, a diferencia de lo ocurrido en otros asedios anteriores contra fortalezas judías como en Maqueronte, y cuya causa podría ser la progresiva falta de medios de los sicarios para combatir al ejército sitiador romano. También se ha especulado con la posibilidad de que la rampa hubiera sido erigida por los esclavos judíos del ejército romano, por lo cual los sicarios se habrían mostrado reacios a atacar a otros judíos debido a sus creencias.
Unos tres meses después de haberse iniciado su construcción, y siete meses después de iniciarse el asedio, la rampa fue finalmente finalizada en la primavera del año 73, contando en su cumbre con una plataforma cuadrada de 22 metros de lado. Sobre ella se situó una torre de asedio (reforzada con hierro y de unos 30 metros de altura) junto al exterior de la muralla de Masada, y mientras los artilleros de los pisos superiores de la torre disparaban sus escorpiones y ballestas para mantener el parapeto libre de sicarios, un ariete situado en el piso inferior de la torre golpeaba continuamente la muralla hasta que se consiguió abrir una brecha. Sin embargo, los legionarios descubrieron que los sicarios habían construido una segunda muralla a continuación del parapeto exterior. Cuando el ariete comenzó a golpear esta segunda muralla, los romanos comprobaron que había sido erigida con capas alternas de piedras y madera, de forma que ésta absorbía los golpes del ariete e incluso se fortalecía así, tal como Julio César había comprobado en sus asedios en las Galias poco más de un siglo antes; es ésta la razón por la cual este tipo de estructura recibió el nombre de muralla gala desde entonces.
La tarde del 2 de mayo, Silva canceló las embestidas del ariete y envió a un grupo de hombres armados con antorchas para incendiar la muralla interior, que comenzó a arder rápidamente a lo largo de la estructura. No obstante, comenzó a soplar un fuerte viento desde el norte y de cara al ejército romano, que amenazó la maquinaria de asedio hasta que cambió de sentido y avivó las llamas, lo cual fue interpretado como un buen augurio. Entonces Silva ordenó montar una fuerte guardia que custodiara la muralla incendiada, para así evitar que los judíos escaparan por la noche a través de la brecha, ya que su intención era lanzar el asalto definitivo al día siguiente.
Dentro de Masada, los sicarios fueron conscientes de que el asalto final del ejército romano llegaría con el nuevo día. Entonces, el líder de los sicarios, Eleazar ben Yair, reunió esa noche a sus hombres en el palacio occidental, pronunciando un discurso donde propuso darse muerte ellos mismos para evitar ser hechos prisioneros y vendidos como esclavos. De esta forma, dado que el suicidio como tal era denostado por las leyes del judaísmo, los hombres mataron a sus familias, y posteriormente eligieron por suertes a diez de ellos para quitar la vida al resto. Finalmente, entre estos diez eligieron de nuevo a uno que acabó con la vida de los demás, y antes de darse muerte prendió fuego a la fortaleza, excepto a los depósitos de víveres, para así demostrar a sus enemigos que actuaban por resolución, no por desesperación. Era el decimoquinto día de Nisán (abril-mayo), el primer día de Pésaj (Pascua judia) .
La mañana del 3 de mayo los legionarios romanos colocaron pasarelas sobre la muralla incendiada e irrumpieron en la fortaleza, preparados para combatir a sicarios y zelotes, mas toparon con un silencio sepulcral y la visión del fuego y de los cuerpos sin vida de sus enemigos. Únicamente hallaron con vida a una anciana y una mujer, parienta de Eleazar, que se habían refugiado junto a sus hijos en una de las galerías subterráneas que conducía a las cisternas, siendo quienes relataron las últimas palabras que el líder sicario pronunció a sus hombres. Impresionados por la resolución de los sicarios, los romanos perdonaron la vida a los supervivientes:
“Cuando allí se toparon con el montón de muertos, no se alegraron, como suele ocurrir con los enemigos, sino que se llenaron de admiración por la valentía de su resolución y por el firme menosprecio de la muerte que tanta gente había demostrado con sus obras”.
Con la conquista del último bastión rebelde que significaba Masada concluyó la Primera Guerra Judeo-Romana. Tras la caída de la fortaleza, y pacificado todo el territorio de Judea, Silva replegó las tropas hasta Cesarea, dejando estacionada una unidad auxiliar en la meseta de Masada.
Las autoridades romanas tomaron medidas para aplastar todo intento de rebelión futura en Judea. Se modificó su situación política. En lugar de un prefecto se nombró un pretor como gobernador, y se estableció en las ruinas de Jerusalén la sede de una legión romana completa, la Legión X Fretensis.
La conducción política y religiosa del pueblo judío quedó en manos del Sanedrín, con sede inicial en Yavne, que fue cambiando de ciudad por razones de seguridad.